jueves, 28 de abril de 2016

AMOR DE PRIMAVERA


¡Tenía tantas ganas de él! Hacía tiempo que no se veían y justo hoy volvían a coincidir.

Le recordaba igual de tierno y con ese olor tan penetrante que provocaba en ella una explosión termonuclear: la energía que se liberaba con sólo respirar su aroma era de tal intensidad que sus poros se abrían y sus vasos sanguíneos lo celebraban, otorgándole un bonito rubor en las mejillas y una coloración en los pezones, esto último él no podría verlo.

Él estaba caliente, era su estado natural. Todas sus citas ocurrían en el restaurante, pocas veces en casa. ¡Gozaba de un éxito arrollador! Sólo tenía que dejarse hacer, era ella la que le buscaba con su boca, la que apreciaba cada minuto que pasaba con él y la que daba sentido a su existencia.


Más que un amor de primavera era un rollito de primavera. 






jueves, 21 de abril de 2016

LA CONFESIÓN




Próxima estación Principio Pío, correspondencia con líneas seis, diez y Ramal Opera.

Sus neuronas procesaron sin error: «es la tercera vez que oímos el servicio de megafonía del metro». Una sinapsis más y añadieron: «llevamos cuarenta y cinco minutos parados en la misma estación. ¡Dioss!»

Ajeno a éstas, Don Gabriel se miraba las uñas, sorprendido del color azul que habían adquirido. Cuidadosamente se dedicó a limpiarlas, una a una, con un trozo de papel que enrolló a modo de bastoncillo, para acceder a todos sus rincones.

Pidió voluntariamente el traslado desde Plasencia, de eso hace seis meses. No podía soportar más la tensión de las últimas semanas en la Congregación. Ahora está en una pequeña parroquia de Carabanchel, Santa María Micaela se llama pertenece a un colegio. Don Gabriel sonríe de nuevo, los niños siempre le han gustado mucho.
El barrio también le agrada, hay mucho trajín a diario y eso le distrae. Se incorporó además, como profesor de religión en el instituto cercano y como son pocos los estudiantes que la eligen, no le quita demasiado tiempo.

Madrid en ocasiones le agobia: demasiado grande, demasiada gente, demasiados pecados … y en otras es capaz de disfrutarla, paseando por el domesticado Manzanares,  los jardines del Moro o tomando algo en el Café de Oriente, donde puede estar horas sentado en sus cómodas butacas y repasar sus escritos.

El único consuelo que tiene después de sentir que abandonaba a sus fieles con su marcha tan precipitada, es la escritura. Ha retomado sus clases. Asiste a un taller y redacta historias de niños felices.

La rutina de los días se impone y amortigua su secreto. Los lunes, visita a los enfermos y ancianos; los martes catequesis; los miércoles, un par de horas de clases de religión y descanso; los jueves después de orar en la cripta de la Catedral,  acude al taller literario; y los viernes, sábados y domingos con las misas de mañana y tarde, acaba su jornada laboral. Carabanchel es grande y las distancias entre sus feligreses se hacen largas para ir a pie. Al acabar el día está tan cansado que sólo puede dormir ¡cómo lo agradece! El resto de las horas no deja de recordar todo.


Cuando decidió ser cura lo hizo con la idea romántica de ser pastor y guiar al pueblo dándole a conocer la palabra de Jesús, al que cariñosamente llama EL JEFE. Lo que no sabía es que EL JEFE se lo iba a poner tan difícil. Pensaba que el cambio de destino le ayudaría, no viendo las caras de esos días conseguiría olvidarlas.

¿Por qué tuvo que ofrecerse voluntario al Obispo aquella mañana? ¿Por qué no se ocupó de dar consuelo a Doña María como todos los días? ¿Por qué no pidió silencio cuando contaba los detalles? ¿Por qué tuve que ser él? ¿Por qué tuvo que perdonarle? Cada vez que lo recuerda, aparece un dolor agudo en la boca del estómago, necesita vomitarlo.


Lleva varios días hablando con EL JEFE. No consigue  acallar su conciencia. Ha intentado distraerla. No hay manera, no puede.  ÉL sólo le ofrece consuelo y perdón, pero no es suficiente para Don Gabriel.

Hoy ha tenido la última conversación con EL JEFE. Después de plantearle todas sus dudas y esperar una respuesta que no llegaba, se ha despedido de ÉL.

Próxima estación Pan Bendito.

Busca en el andén el letrero de la comisaría.  Se dirige a ella para denunciar a su anterior compañero, que en confesión y abusando del sigilo sacramental le contó con todo lujo de detalles los abusos, a los que sometió, a dos niños del grupo de catequesis. En cuanto la firme, ya no será nunca más Don Gabriel, convencido de que así servirá mejor al JEFE.


jueves, 14 de abril de 2016

LA VIUDA





-¿Quién anda ahí?- pregunta Larissa, mientras abraza a su Ibrahim con fuerza. Lleva tres noches en el campamento y todavía no se acostumbra.
De día las cosas se ven mejor: su hijo juega con otros niños,  ella intenta dormir algo para estar de nuevo alerta por la noche, se pega tanto a su cuerpo la tiara de boda que le hace daño. No para de hablar de su marido en presente, así evita moscones y problemas.

-¿Quién anda ahí?- Y esta vez es el sonido del aire, golpeando en la tienda de campaña que le han asignado el que contesta. 

jueves, 7 de abril de 2016

SUITE NUPCIAL



Mi éxito con las mujeres siempre fue relativo, en realidad nulo, mis amigos me apodaron "el penas". Pero eso acabó el día que fui al médico y no porque hubiese cura para lo mío, sino porque me pidió un análisis de sangre, padezco de exceso de hierro en sangre. Y conocí a Celia, la enfermera encargada de la extracción. Todo mi mundo cambió.

¡Era tan muy especial! Con su mirada penetrante te escaneaba y te hacía sentir la única persona del universo. Me solía decir con su voz susurrante: «Amor, sin ti yo muero» y nunca la creía. Pensaba que eran frases hechas de enamorados.

Sentía algo eléctrico cuando estaba cerca. Mi cuerpo respondía sin control a sus caricias. Su voz poseía un timbre íntimo, envolvente, metálico en ocasiones, que todavía recuerdo por las noches. Aprendí cada uno de sus recovecos, dibujé el mapa de sus lunares y lamí el único lunar que encontré en su anatomía. Era capaz de oler mi deseo, aunque estuviéramos separados.


Celia me comprendía como nunca lo había hecho otra mujer, me convirtió en el centro de su existencia, en su dios y señor. Y con mi falta de experiencia con las mujeres, sólo se me ocurrió pedirle matrimonio y prometerle que siempre contaría con mi sangre. Detalle que atribuí a su profesión. La ceremonia fue preciosa según me dijeron. A Celia la recuerdo radiante. Al besarla me dio un chispazo y no dudé en que eso era lo que llamaban la chispa del amor ¡Estaba tan feliz!


Ya en nuestra suite nupcial, con su voz susurrante y algo metálica me dijo al oído: «¡Amor, mira».  Lentamente fue quitándose el vestido, hasta quedarse tan sólo en ropa interior. Se dio la vuelta para mostrarme su espalda perfecta y señalando el único lunar, que yo había lamido tantas veces, se lo tocó. Oí un chasquido y su voz: ¡Esta soy yo amor! Celia fue retirando su piel para mostrarme las partes de su endoesqueleto. 

Era mi mujer ¿qué otra cosa podía hacer? Eso ocurrió el siete de agosto, en nuestra noche de boda, en plena celebración.


© Historias de Eva, S.L.
Maira Gall