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jueves, 16 de abril de 2020

ZOOM

    

 
 

Un amigo le pasó el enlace. Nunca había probado tal cosa, el aburrimiento decidió por él y le dio clic a la hora convenida, apareciendo en su portátil varias celdas, donde sobre colchonetas, se intuían pequeños budas sentados, enfundados en ropa deportiva, tan diferentes entre sí que sonrió pensando que no desentonada con el resto. Tomó la palabra una de esas pequeñas celdas y fue explicando cada uno de los ejercicios y los beneficios que producía, "ya sabéis, destinado a fortalecer el sistema inmunológico, tan necesario en estos días", frase que repetía después de cada ejercicio, como si de un mantra se tratase.

 

    Atendió durante la mayor parte de la sesión y se sintió satisfecho, hasta que otra de las pantallas tomó la palabra para explicar que les acompañaría en la relajación final. Aconsejaba echarse una manta por encima, ya que solía bajar la temperatura corporal durante la misma. Siguió las instrucciones: acomodó un cojín bajo la cabeza, para descansar las cervicales, una manta para taparse de pies a cuello e intentó seguir, sin éxito, las pautas para ir relajando cada parte de su cuerpo, aunque éste tenía otros planes.

 

     No cerró los ojos cuando se lo indicaron, no podía concentrarse en las sugerencias que iban recibiendo todos los participantes, en ese momento su corriente sanguínea estaba ocupándose de la zona de su entrepierna.  Adivinar diferentes cuerpos abandonados al relax, casi inertes, le produjo un morbo desconocido para él. Aguantó inmóvil intentando retomar la atención de su cuerpo, pero éste era independiente, notó que su pantalón empezaba a apretarle. Echó un vistazo a la pantalla, todas las celdas proyectaban cuerpos con los ojos cerrados. Acercó su mano, debajo de la manta al pantalón, empezó a tocarse, le excitaba la nueva sensación de estar con gente desde la intimidad de su casa y oculto tras la manta. Se bajó el pantalón, tan despacio, que todavía se excitó más. Liberado por fin, el roce de la manta activó más aún su erección. Aguantó un poco más inmóvil, colocó estratégicamente una de sus piernas para poder tener un acceso cómodo sin hacer sospechar al resto de participantes, lo que ocurría. Su mano se deslizó de nuevo, hasta su ingle, allí comenzó a acariciarse con tranquilidad y un ritmo suave, que poco a poco fue aumentando. Se revolvió debajo de la manta, un par de veces más, hasta caer rendido y satisfecho, uniéndose al resto de los integrantes de la clase en una verdadera relajación final. Todos se fueron desconectando, no sin antes dar las gracias por la clase que habían recibido. Onán fue muy entusiasta en su despedida. 

 

     Su amigo le mandó un whastapp: ¡Cuánto me alegro de que hayas disfrutado tanto el yoga, como yo lo hago! Al leerlo no paró de reír en toda la mañana.

© Historias de Eva, S.L.
Maira Gall