jueves, 26 de enero de 2017

NOSOTROS SOMOS EL JARDÍN





NOSOTROS SOMOS EL JARDÍN

Llegó puntual y con la parsimonia de los martes y jueves, se quitó la ropa con cuidado, doblándola y amontonándola en la pequeña taquilla que siempre encontraba libre. Se puso el bañador, deseando alcanzar el agua cuanto antes para que las costuras no le oprimiesen. A pesar de su cojera, tenía movimientos rápidos, con el gorro ya colocado y las gafas en la mano, se dirigía a la ducha más cercana y se zambullía. Entonces dejaba que el agua le cubriese por completo durante unos segundos, dando tiempo a sus oídos a descansar de su jornada al teléfono.

El primer largo siempre a crol, los pies sin parar de moverse, las piernas acompasadas con los brazos y el azul oscuro del azulejo en el suelo como guía. El segundo, a braza, intentando alcanzar con las manos las anillas de corcho que separan cada calle. Y con el tercero daba comienzo el verdadero viaje, de espaldas, con las gafas sobre el gorro, aleteando sin parar los pies, los brazos relajados, los oídos sumergidos escuchando el motor de la depuradora y los ojos disfrutando de esas pequeñas manchas de húmedas que largo tras largo se convertían en figuras conocidas primero y reconocidas después, en las que iba marcando el mapa de su vida.

Hasta el cuarto día no vio en la primera mancha una nube, como las de su país en los días de sol: grande y esponjosa. La montaña tardó más en aparecer, necesitó un par de semanas para verla, con tanta claridad, que casi se asustó.

La luz de los jueves era más tenue y bajo ella, las manchas le recordaban a la playa donde se crió. El color del techo, a la tierra de su prefectura, tras el accidente de la central.
© Historias de Eva, S.L.
Maira Gall