sangre
Mostrando entradas con la etiqueta sangre. Mostrar todas las entradas

jueves, 5 de mayo de 2016

EL LEGADO DEL REY


No hay nada como saber, cuándo vas a morir, para ocuparte de los asuntos más tediosos del reino, como comparecer en la rueda de prensa relacionada con la noticia publicada en todos los medios: “Los hombres no tienen sangre”.
Mi nombre es Adán I y soy el príncipe de Liechtenland.  La mayoría de la gente ni siquiera es consciente de nuestra existencia no nos prodigamos mucho en ferias de turismo y hemos hecho del secreto bancario nuestra bandera.
De mi padre aprendí todo lo que soy como monarca. También que los secretos no duran eternamente. 
En un territorio como en el que reino, donde hay más empresas que personas, me enfrenté por primera vez en nuestra historia, a un serio problema de liquidez. Tanto nos habíamos preocupado de guardar los secretos de otros, que cuando se destapó la trama de blanqueo de capitales, rápidamente nos señalaron en el mapa. Y nuestros inversores, asustados ante la posibilidad de que sus nombres se revelasen, decidieron retirar sus depósitos y extinguir sus sociedades. Mi reino carecía de fuente alternativa al producto interior bruto (PIB) y aunque seamos un país pequeño, apenas una extensión de ciento setenta kilómetros cuadrados, tenemos grandes necesidades.
Tomé una decisión difícil, estrambótica quizás, pero absolutamente necesaria. Acudí a las oficinas centrales de una conocida cadena de clínicas de reproducción asistida, para ofrecer el semen de mi pueblo. Como les informé en la reunión concertada, mis conciudadanos están acostumbrados a practicar esquí, cuentan con una buena alimentación gracias al ganado vacuno que pasta en nuestras montañas y son una población joven, con lo que les garantizaba una extracción de calidad y numerosa. Con su pago haríamos frente a las necesidades más urgentes que mi pueblo requería. Sabía de la provisionalidad de la medida pero confiaba en la buena calidad del fluido, en la repetición de las extracciones y por qué no decirlo, en extender nuestros genes por el resto del continente.
Mi pueblo participó con gran alegría en tan peculiar convocatoria. Tuvimos un revés, las primeras muestras analizadas por la compañía,  no fueron muy satisfactorias. En nuestra íntima cosecha había cantidad pero la calidad no era buena. Argumentaron que a pesar de ser una población joven, durante años, no nos habíamos mezclado con otros individuos, que teníamos antecesores comunes y eso era causa de la baja calidad.
De nuevo me devané los sesos para conseguir la liquidez que tanta falta nos hacía. Promulgué un Decreto convocando a todos los varones, mayores de edad y de más de cincuenta kilos de peso, a donar su sangre. El total de las extracciones iría a parar a un hospital cuyo nombre mantendré en secreto (hay costumbres que no se olvidan).
Sé que moriré dentro de una semana y la rueda de prensa ya ha tenido lugar. El tiempo apremia, he procurado que mi hijo, Adán II, tenga los recursos necesarios para continuar reinando. El contrato con el hospital, tiene una duración de diez años; tiempo más que suficiente para buscar otras alternativas al mantenimiento de nuestro PIB. Mientras mis conciudadanos tendrán que seguir dejándose la sangre por su país.


martes, 15 de julio de 2014

LA AVERÍA



   Una gota de sangre lo recibió. Tardaron tanto en abrir que pudo observar la delicada campanilla de la entrada, el aldabón de bronce, las begonias exultantes, el felpudo impreso con un "Dios te ama" y la gota.
     Sor Concepción abrió lentamente. 
-Buenos días nos de Dios.
-Buenas hermana- vengo por la avería.
-Adelante, hijo- le estábamos esperando. Acompáñame. Y disculpe el desorden, estamos con la limpieza semanal.
     Una cojera congénita hacía de los pasos de la hermana un espectáculo: un saltito aquí, un arrastre allá, que distraía de su belleza. Juan la seguía buscando un desorden que no existía. Atravesaron una cocina industrial, llena de ollas en acción. En su trayecto, observó un par de gotas de sangre pequeñas, apenas del tamaño de una moneda de un céntimo e imaginó que se habrían cortado al preparar el guiso del día.
    Avanzaron por el comedor comunal, donde varias monjas se dedicaban a la limpieza de unas cristaleras inmaculadas.
- ¿Le ocurre algo?- le noto intranquilo- preguntó Sor Concepción.
- No, hermana, no pasa nada, es la novedad. Nunca había estado en un sitio así. Todo me llama la atención-contestó nerviosamente y sus ojos, esta vez se toparon con una gota de sangre del tamaño de dos céntimos en el umbral de la capilla.
    Sor Concepción se rió- es algo que nos ocurre con todas las visitas, es normal- Sígame, ya queda menos.
     Un largo pasillo les condujo hasta la luz del patio interior; cientos de macetas luchaban por cada metro lineal. Continuaron subiendo por unas escaleras hasta la planta superior, donde se encontraban los aseos. Juan volvió a reparar, esta vez, en una gota de sangre que resbalaba en el último peldaño, de tamaño parecido a las anteriores.
    Atravesaron un largo y soleado pasillo, hasta llegar al lugar de la reparación, se trataba de una puesta a punto de todos los bidés de la comunidad. Se sorprendió de la cantidad. Fue revisando uno a uno, dejando para el final el que estaba ocupado. 
     Cuando salió la hermana que lo ocupaba, entró y de nuevo vio una gran gota de sangre resbalar por el bidé que tenía frente a sí. Juan, ¡de un salto!, se puso de pie, mirando a la gota y a Sor Concepción buscando con esta acción una respuesta.
     Sor Concepción intuyendo el asombro le dijo:- Tenemos a Sor Ana con el período y como priora de la congregación que es, es nuestra hembra alfa- le dijo sonriendo con normalidad. Todas hemos sincronizado nuestras reglas, es algo bastante común.
   Juan no sabía donde meterse, notaba el rubor que subía intensamente desde la planta de los pies hasta las mejillas. Sus manos buscaban algo que hacer en el maletín de herramientas.
    -Espero que no se siente violento o incómodo. Con esta confesión no quiero que se lleve una mala idea de la Congregación de las Hermanas Redentoras de la Sangre- dijo guiñándole el ojo.



   

viernes, 5 de noviembre de 2010

LA SANGRE DE OTRO

   Ese era el título original de la historia que no es más que una recreación de una noticia que leí y me dejo impresionada. Hoy he decidido cambiarla. Ayer vi un cartel de camino al trabajo y hoy he salido del trabajo, con un mosqueo considerable. Hasta ahora nunca había tenido problemas con mis compañeros, hasta ahora nunca había trabajado con un familiar directo de mi jefe y este último factor ha sido determinante para la situación que se ha producido hoy.
No diré nada más. Os dejo el cartel y la historia.



   Sabes que no te sé decir que no, así que haré lo que me pides, pero…-le contestó de la misma forma, a la pregunta, que cuarenta años antes le había hecho.

   Amparo sabe que es un hombre de palabra. Lo demostró viviendo a su lado. Lo que ahora le pedía comparado con el esfuerzo de matar a un hombre joven y sano, era una menudencia. Ella apela al profundo amor que se tienen.

   Beltrán no duerme por las noches, tiene los brazos agarrotados y las manos llenas de sangre ajena; no puede hacer nada con ellos, se los mira asustado, ¡ni siquiera sabe si le pertenecen!, sin embargo son suyos aunque por ellos corra otra sangre.

   Ha cumplido su promesa, ahora podrá decirle que duerma tranquila, que él, su hombre cumplió. Se acabaron los amigos, las partidas de dominó, los chatos con la peña, los encierros de las fiestas. Beltrán se apagará, desaparecerá de la vida pública, solamente hallará consuelo en la luz cegadora que desprende ella.


   Fue así y ahora también. Desde aquel día en que su marido los presentó, recién contratado, para trabajar las tierras del camino, las que están alejadas del pueblo. Convinieron en que podría habitar la casucha- Arréglatelas con ella- le dijo entonces. Sin saber que ese día su vida ya estaba sentenciada a la voluntad de una mujer menuda de ojos negros. Comenzó su vía crucis.

   Arregló la casucha, sintiendo por primera vez el calor de un hogar y comenzaron las miradas furtivas, los vasos de agua con insinuación. Él atento, firme en su posición de jornalero; ella atrevida, arrogante en sus lances, tímida en las distancias cortas, mostrándole las señales… y él no supo decir no. Se dejó hacer, llenarse la cabeza de ideas, el cuerpo de besos y mordiscos, el miembro siempre a punto…y ella poco a poco llenando su espacio, convirtiendo la casucha en una extensión de su propia casa y él mirando con extrañeza, sin atreverse a contrariarla, únicamente con cabeza para pensar en el Alfonso, el otro, su marido –¡el día que se entere, se lía!

   Llegó el día de la promesa. Amparo estaba embarazada- No hay duda, es tu hijo- le dijo, poniéndole las manos en su vientre. Tienes que hacerlo, no hay otra salida.

   Y él sin voluntad, pensando en su único hijo, ese que les abandonaría años más tarde. Él que nunca había tenido nada, se encontraba amando a una mujer que era la esposa de otro, esperando un hijo que siempre arrastraría la vergüenza de sus padres, viviendo en una casa que no era suya y a pesar de todo, deseaba lo ajeno y por eso nubló su mente y usó las manos que le sustentaban…

   Ella se mantuvo al margen. –La familia sospecha, no podré seguir viniendo- dijo la noche anterior a que hundiese sus dedos en el cráneo del otro, del usurpador. Cuarenta años viviendo con la viscosidad de los sesos, cuarenta años al lado de la mujer que tanto ama, sin explicarse todavía el por qué.

   Amparo está segura, quiere que lo haga otra vez, que mate de nuevo. Quiere acabar con su vida, que sean sus manos, las que tanto ha besado, en las que ha buscado refugio, las que ejecuten su deseo. Sabe que nunca ha estado a la altura.

   Las paredes de la casa rezuman miedo, rabia contenida, y ella lo ve, cada vez se hace más presente. No tiene una casa, sólo un lugar donde los recuerdos vagan por el suelo, salen por los espejos y se enganchan al alma.

   Mientras esperó a que Beltrán cumpliese condena, ella murió. La mujer menuda y alegre, la mujer que era fuerte y estaba segura de su amor, se encerró en las casas del camino, trabajó las tierras que habían sido suyas, sacó adelante a sus hijos, sin hacer distinción. Él, mientras tanto, encerrado; contando los días primero, luego abandonado, vencido y quince años después: el encuentro, uno frente a otro, dos desconocidos que se amaron y necesitan seguir haciéndolo, castigados por el peso de la culpa compartida…una soledad que los reunió, en su casa sin vida, habitada por imágenes de una pasión que sintieron, por fantasmas quejosos de honor, unidos por la devoción del sacrificio del otro en un destino difícil.

   Beltrán está cansado de dar excusas. Amparo insiste, no aguanta más, pero no tiene fuerzas para hacerlo, se lo pide un día tras otro, quiere morir en sus manos, que sean ellas las que acaben con su vida- Tienes que hacerlo. No hay salida- le dice, como cuarenta años atrás.

   Procura dejar la casa limpia, a Tomy, el perro fiel, comida suficiente para una semana. Se acuesta a su lado, las pastillas todavía tardarán en hacer efecto. Él, su hombre, de nuevo cumple la promesa.

© Historias de Eva, S.L.
Maira Gall