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martes, 16 de noviembre de 2010

LA LARGA ESPERA

El humor notarial no existe, puedo dar fe (ahora tendríais que oír las risas enlatadas). Ahí os dejo la prueba:





LA LARGA ESPERA

   -Macho, te has fijado en la cantidad de libros que tiene ese tío.
   - Joder, ¿se lo habrá leído todo?
   - Pues no se, pero fíjate las gafas de culo de botella que lleva
   - Déjate de tonterías y al lío, que aquí hay mucho que mover.
   - Buenos días, ¿Les han explicado las cosas que tienen que embalar?
   - Si, este despacho, y lo que hay en las dos salas, ¿no?
  - Si les parece podemos empezar por mi despacho y luego ya les voy indicando.
   - ¿Los muebles van también al mismo sitio?
   - Si, pero la mesita de caoba y el cuadro grande a mi domicilio, calle Serrano, 33, ático.
   - Si le parece, lo separamos antes de empezar, para que no haya problemas con la entrega.
   - Bueno, bueno, eso ya saben ustedes como tiene que hacer. Cuando acaben con el despacho me avisan.
   - De acuerdo

   - Venga tío, manos a la obra que hay mucho trabajo. Vamos a empezar por la librería grande y luego mesa, sillas ….
   - Antes un cigarro.
   - Cigarrito y a la marcha, que cuanto antes empecemos antes acabamos.
   - Joder tío, qué prisas ¡la leche!
   - Si es que siempre estás igual…hasta que arrancas
    - Relax colega, no me agobies

   El piso en pleno Barrio de Salamanca, era muy grande, incómodo para ser utilizado como despacho, el ascensor de servicio hacía que su distribución fuese circular, parecido a una rotonda pero en ver de transitar vehículos, lo hacían personas. Desde luego con la misma intensidad que cualquier carretera en hora punta. La decisión de poner fin a su negocio, fue que cumplió setenta años, este era uno de los privilegios que conllevaba su profesión: Notario. Le quedaban pocas semanas para acabar el año y no quería las prisas de última hora, dejaría la Notaría a la que tantas horas le había dedicado, y recogería todos los libros, muebles, fotos, y recuerdos que había ido acumulando desde que sacó plaza en Madrid, a la edad de treinta años. Habían cambiado mucho las cosas desde entonces, pero siempre se mantuvo al día de las novedades legislativas, incluso llegando a incorporar la informática más puntera para facilitarle el trabajo.
   Se detuvo en unas de las Salas, los de la mudanza andaban trasteando en su despacho. Era su sala preferida, en ella colgaban los cuadros de ese famoso pintor toledano que en los años ochenta había tenido tanta fama y que en agradecimiento al interés mostrado por su pintura, le regaló el mural que cubría gran parte de la pared. Tomó asiento en una de las sillas de madera, de estilo modernista, y dejó que su mente evocara todos los documentos en los que había dado fe: compraventas, préstamos, sociedades, testamentos…. Y la variedad de gente que había pasado por allí. Sin quererlo se emocionó.
   - Perdone, ya hemos acabado con su despacho, ¿por donde seguimos?.
   - Pues por aquí mismo. Tengan cuidado con las sillas, por favor.
   - Descuide jefe, las trataremos como al cristal de bohemia.
   - Gracias. Bajaré a tomarme un café, en veinte minutos estaré de vuelta ¿quieren que les suba algo?
   - No gracias.

  - Macho, te has fijao en el sillón, se parece sacado de un contenedor. Mucho Notario, pero ¡mira que son cutres!
   - Si es que no entiendes: eso no es cutre, eso es una antigüedad.
   - No me jodas, y échame una mano con la mesa, que no sé como coño se desmonta.
   - Tranqui y despacito, que no quiero líos con la factura, que luego ya se sabe: “que si me han rayado no sé que, que si esto ha llegado roto”. Me conozco a éstos, por no dar no dan ni los buenos días.
   - Es verdad, me acuerdo cuando firmamos la escritura de mi casa, el capullo que no venía y todos con una prisa, ¡Imagínate! Para luego llegar no decir ni mu y echar una firmita. ¡Hay que joderse!
   - Vamos a darnos prisa, que todavía nos queda la otra.

   La otra sala era más amplia, la utilizaba para las Juntas Generales de algunas sociedades que seguían sintiéndose importantes al convocar a sus socios en la Notaría. Ocupaba casi una cuarta parte, tenía dos entradas, una gran mesa, numerosas sillas, una librería a uno de los costados que rompía el equilibrio visual, formando un recoveco extraño, de tal modo que si alguien se sentaba en ese lugar, pasaba completamente inadvertido.
   Subió de tomar café, se dirigió hacia ella, quería despedirse. El olor a rancio, madera y libros saturó sus fosas nasales. Siempre había convivido con ese olor, pero esta vez le pilló de sorpresa, tanto que tuvo que sentarse. En esta sala la decoración era más funcional, quizá minimalista, siguiendo sin querer las últimas tendencias decorativas, aunque la dichosa librería acababa con al uniformidad del resto.
   - Ah, ¡Dios mío!, y pensar que la pusimos aquí en uno de los últimos cambios y la lleva más de quince años. El resto ha ido cambiando…
   - ¿Decía algo, jefe?- preguntó uno de los operarios
   -Nada, nada- ¿Tiene para mucho?- contestó el Notario, volviendo en sí.
   -Estamos terminando de embalar la última silla y nos venimos a ésta. Dé nos una hora y acabamos.
   - En ese caso, me voy a comer y las cuatro vengo. Ustedes.. ¿no comen?
   - Si, si, ahora iremos, estamos tan liaos. Venga mejor a las cinco.

   Habían traído unos bocatas, sabían que en la zona los menús eran caros y no estaban dispuestos a gastarse más de lo necesario; además llevaban también una nevera portátil, con cervezas bien frías.
   - bueno, ya va quedando menos de la sala grande. Tengo unas ganas de acabar, estoy baldao. 
   - La mitad de la sala y a casita ¿te apetece un café? He traído el termo.
   - Macho, no te privas de nada. Si, venga, me tomo uno.

   Les quedaba una hora para terminar con la mudanza, procuraron no entretenerse, tenían embalado gran parte de las sillas. Algo les llamó la atención, no sabían muy bien que podía significar, sin duda, alguna excentricidad del Notario. Estaban indecisos, ¿debían embalarlo o no?, decidieron dejarlo para el final y preguntar sobre ello. Terminaron de recoger el resto de enseres, a la espera de su llegada.
   - Buenas tardes, ¿Han terminado?
   - Si, sólo nos queda una cosa, no sabíamos que hacer ella.
   - Díganme de qué se trata.
   - Es el esqueleto
   - ¡Qué! ¡Qué dicen! ¿¡Un esqueleto¡?.¡ Me están tomando el pelo! Sin dejar de formular exclamaciones se dirigió a la sala, quería comprobarlo con sus propios ojos.
   Efectivamente allí estaba el esqueleto, oculto tras la librería, con un tweed de lana y gafas de carey, bien sentado, portando en una de sus manos un papel.
La cara del Notario reflejaba estupor, sorpresa, unas gotas de sudor resbalaban por ella, el corazón le latía cada vez más fuerte. Se acercó con reparo y lo que allí descubrió, cambió su vida para siempre.
   Lo primero en lo que se fijó fue en el papel que asía con una de sus manos, o más con las falanges, se trataba de un testamento -¡qué ironía!- Se permitió el lujo de pensar, en una situación tan comprometida.
   Como en los viejos fotomatones, recibió un fogonazo que le hizo ver todo claro: el esqueleto, según el testamento se llamaba Antonio Jiménez Sánchez, soltero, sin descendientes (nadie reclamó su desaparición), por la fecha del documento llevaba más de quince años en la Notaría.

© Historias de Eva, S.L.
Maira Gall