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miércoles, 18 de octubre de 2017

EL COMBATE


… 1.- ¡Qué asco! ¡Otra vez el regusto en la boca! 
...2.- ¡Levántate!
…3.- ¡Joder, no puedo ni moverme!
…4.- ¡Inténtalo, campeón!
...5.- Ostia tío, levanta ya
...6.- Serás gilipollas
...7.- Me estoy poniendo muy, muy nervioso
...8.- Joder, no veo
…9.- ¡Levántate, negro!
...10.- ¡Nooo, Réferi, cabrón! ¡No toques la campana!

En los dos últimos combates estabas bien, campeón. Tu juego de piernas rápido y tu izquierda un cañón, si no que se lo pregunten al último que chupó la lona. ¿En qué cojones estabas pensando tío? ¡Levántate ya! ¡Me has jodido campeón!  Lo aposté todo por ti, negro, hasta la indemnización del seguro de Pam.

 Y ¿qué coño es esa luz? ¡No, putos fotógrafos!. Ahora empiezan mis problemas, sabrán que mentí.

jueves, 5 de mayo de 2016

EL LEGADO DEL REY


No hay nada como saber, cuándo vas a morir, para ocuparte de los asuntos más tediosos del reino, como comparecer en la rueda de prensa relacionada con la noticia publicada en todos los medios: “Los hombres no tienen sangre”.
Mi nombre es Adán I y soy el príncipe de Liechtenland.  La mayoría de la gente ni siquiera es consciente de nuestra existencia no nos prodigamos mucho en ferias de turismo y hemos hecho del secreto bancario nuestra bandera.
De mi padre aprendí todo lo que soy como monarca. También que los secretos no duran eternamente. 
En un territorio como en el que reino, donde hay más empresas que personas, me enfrenté por primera vez en nuestra historia, a un serio problema de liquidez. Tanto nos habíamos preocupado de guardar los secretos de otros, que cuando se destapó la trama de blanqueo de capitales, rápidamente nos señalaron en el mapa. Y nuestros inversores, asustados ante la posibilidad de que sus nombres se revelasen, decidieron retirar sus depósitos y extinguir sus sociedades. Mi reino carecía de fuente alternativa al producto interior bruto (PIB) y aunque seamos un país pequeño, apenas una extensión de ciento setenta kilómetros cuadrados, tenemos grandes necesidades.
Tomé una decisión difícil, estrambótica quizás, pero absolutamente necesaria. Acudí a las oficinas centrales de una conocida cadena de clínicas de reproducción asistida, para ofrecer el semen de mi pueblo. Como les informé en la reunión concertada, mis conciudadanos están acostumbrados a practicar esquí, cuentan con una buena alimentación gracias al ganado vacuno que pasta en nuestras montañas y son una población joven, con lo que les garantizaba una extracción de calidad y numerosa. Con su pago haríamos frente a las necesidades más urgentes que mi pueblo requería. Sabía de la provisionalidad de la medida pero confiaba en la buena calidad del fluido, en la repetición de las extracciones y por qué no decirlo, en extender nuestros genes por el resto del continente.
Mi pueblo participó con gran alegría en tan peculiar convocatoria. Tuvimos un revés, las primeras muestras analizadas por la compañía,  no fueron muy satisfactorias. En nuestra íntima cosecha había cantidad pero la calidad no era buena. Argumentaron que a pesar de ser una población joven, durante años, no nos habíamos mezclado con otros individuos, que teníamos antecesores comunes y eso era causa de la baja calidad.
De nuevo me devané los sesos para conseguir la liquidez que tanta falta nos hacía. Promulgué un Decreto convocando a todos los varones, mayores de edad y de más de cincuenta kilos de peso, a donar su sangre. El total de las extracciones iría a parar a un hospital cuyo nombre mantendré en secreto (hay costumbres que no se olvidan).
Sé que moriré dentro de una semana y la rueda de prensa ya ha tenido lugar. El tiempo apremia, he procurado que mi hijo, Adán II, tenga los recursos necesarios para continuar reinando. El contrato con el hospital, tiene una duración de diez años; tiempo más que suficiente para buscar otras alternativas al mantenimiento de nuestro PIB. Mientras mis conciudadanos tendrán que seguir dejándose la sangre por su país.


miércoles, 3 de julio de 2013

MANÍA

 Siempre andaba mirando al suelo, no era timidez como podrían deducir al observarla, sino la idea infantil de que si fijaba la vista en el pavimento se encontraría dinero.
   Esta costumbre comenzó el día que aparecieron a sus pies un par de billetes de cien de las antiguas pesetas y le había causado muchos problemas en su vida.
   Podía hablar de los diferentes suelos de los países que había visitado y poco de sus edificios más emblemáticos. Era capaz de distinguir perfectamente el adoquín romano del lisboeta, incluso el holandés, apreciar el suelo de madera de la plaza  de Armas de la Habana (con el único fin de minimizar el ruido de los carruajes coloniales) y describir con detalle el óptico parqué del Louvre.
   Por no hablar de sus relaciones con el género masculino, que le atribuían una gran dosis de pudor e introspección en sus paseos, cuando sólo se trataba de una  costumbre infantil.
   Fue consciente realmente de su problema, el día que su novio piloto le pidió matrimonio con un cartel volador; cuando todos su amigos le felicitaron por el enlace y ella no sabía a qué se referían.

   Así que estuvo pensando cómo ponerle fin a esa desafortunada costumbre y el verano fue su aliado. Tenía unas sandalias cómodas, adornadas con unos pompones horribles; pensando cómo darles un nuevo uso, apareció su brillante idea. Los arrancó y en su lugar puso, lo que en la foto se aprecia.

   Así tenía la seguridad, que siempre encontraría dinero, al mirar al suelo. Con esa sencilla acción, pudo disfrutar ese verano de la nueva petición que su novio le hizo, esta vez en globo y con dos copitas de champagne. Mirándole a los ojos, le dijo sí.


© Historias de Eva, S.L.
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