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miércoles, 20 de octubre de 2010

LA COMUNIDAD

   Me encanta mi comunidad. Rectifico, me gustan algunos de mis vecinos. Llegar a casa y encontrarte gente dispuesta a echarte una mano con una puñetera pieza que no hay forma de encajar, con una llave Renault poseedora del secreto de la dichosa pieza, es un lujo. Esto acaba de ocurrir.





Aunque siempre superable, sin ir más lejos ayer, donde descubrí unas cervecitas a la luz de las estrellas, con algo de frio, eso sí,  que fue mitigado con el calor de unas brasas y toda una oda al colesterol:¡Viva la panceta, el chorizo, la morcilla, los churrascos y la salsa chimichurri!; aderezado con buena compañía y trufas de postre. Gracias S. y J., R. y C. ¿Cómo no me van a gustar mis vecinos? Y si no, mi hada madrina, vecina también, que me cuida, mima; a partir de Enero jugaremos a ver quien de las dos tiene más regalos franceses;  y su hijo, que fue alumno mio, proyecto de hombre en estos momentos, que juega a ser mayor cuando habla conmigo.

   También hay otro tipo de vecinos, algo siniestros, como Andrés, al que conocí en mi barrio, en mi adolescencia. Sus ojos negros te miraban fijamente cada vez que pasabas por su portal, aparecía y desaparecía a temporadas, con el tiempo supe porqué. Os dejo su historia.

ANDRES

   Madre dice que no diga tonterías, que me deje de pamplinas, pero yo se que soy hermano de Felipe, que de pequeño me abandonaron y madre me cuidó y me sacó adelante, que mi verdadero padre es Juan Carlos. A madre no le gusta que diga esas cosas, se pone triste, y es que me altero mucho si alguien me lo discute y a veces hago daño.

   Ahora duermo todos los días con madre, desde que han cerrado El Recreo ya no tengo que compartir mi habitación con otros; me gusta estar en el barrio, otra vez, han cambiado muchas las cosas, menos las escaleras de mi portal, me gustan mucho.

   Allí tengo todo lo que necesito. Me tranquiliza el olor de la madera vieja, pasar la mano por la superficie irregular de los escalones gastados, gritar mi nombre por el hueco para que las paredes me lo devuelvan, hacer preguntas esperando respuestas. La loquera dice que tengo que hacer lo que me guste sin molestar a los vecinos, que si se entera de que hago daño me llevará otra con los otros y eso no quiero.

   Hoy la he visto, tengo que enseñarle mi castillo, cualquier día se lo digo. Estoy bien, madre está más tranquila, aunque a veces mira buscando algo en mis ojos, me pone muy nervioso, y me dan ganas de pegarle, pero luego se me olvida todo. La quiera mucho.

   Nos hemos cruzado, mientras subía a su casa, bueno, ya no vive aquí pero viene a ver a sus padres, ella tampoco ha cambiado casi, lleva el pelo de otro color, eso si.

   He soñado con ella y esto es lo que le decía:
   -Dime algo que no le hayas dicho nunca a nadie.
   -No sé, Andrés, no sé que decirte.
   -Vale, entonces, ¿Quieres ver mi castillo?
   -¿Qué castillo?
   -Ven, ven, sígueme.
   -Es muy bonito, Andrés.
Y entonces me he despertado. Creo que es una señal, cuando la vuelva a ver se lo diré.

   Llevó tres días pegado a la mirilla. Vigilando para verla, madre me dice que no es bueno que me obsesione con las cosas, pero ella no lo entiende. No molesto a nadie y sólo quiero que vea mi castillo, ya está.

  
   - Ya sabes, es jueves, y voy al barrio a ver a mis padres. Quedamos otro día, ¿vale?
   - Vale, venga hablamos mañana y lo celebramos.
    Celia, colgó el teléfono. Tenía ganas de celebrar con sus padres el ascenso. No les había avisado para darles una sorpresa. Con una bandeja de pasteles en la mano, metió la llave en el portal. El ascensor recién puesto todavía no funcionaba, con las ganas que tengo de estrenarlo-pensó. Y es que no quería encontrarse con Andrés. Le conocía de toda la vida, no podía decir que le tuviese miedo, aunque si respeto. Desde que había vuelto, estaba más inquieto, cada vez que se lo encontraba evitaba mirarle a la cara, no podía soportar el sentirse observada, ver cómo le desnudaban esos ojos, y la cantinela de “dime algo que no le hayas dicho nunca a nadie, dime algo que no le hayas dicho nunca a nadie”. Su madre, una pobre mujer, siempre le disculpaba. Celia, mujer, tranquila, que es inofensivo, con la medicación está controlado-le decía.


   La ambulancia tardó en venir. El aviso recibido desde la emisora había dicho que se trataba de un 3-0-3.
   - ¿Se encuentra bien?
   - Muy nerviosa, agente, y es que todo ha sido tan rápido, que no sé como ha ocurrido.
   - Tranquila, es normal, siéntese y cuénteme
   - Verá, iba a casa de mis padres, suelo ir una vez a la semana, son mayores ¿sabe? Y …
   - Tenga, un poco de agua le vendrá bien.
   - Gracias. Es que ha sido todo tan rápido. Al entrar en el portal ya le he visto asomado por el hueco. Mientras yo subía por las escaleras, él decía mi nombre. Nos conocemos de toda la vida, sabíamos que no está bien, pero no era peligroso… Cuando he llegado al tercero, se ha puesto un poco nervioso y no paraba de decir que quería enseñarme su castillo. No sabía que decirle, he intentado tranquilizarle, pero insistía tanto… estaba fuera de sí… y
   - Respire profundamente, tranquila.
   - Pues.. con el alboroto su madre ha salido y entonces él me ha cogido por el cuello y un cuchillo ha empezado a decirnos que no estaba loco, que por qué nadie le decía la verdad, que dónde estaban sus verdaderos padres, que no quería hacerme daño, que sólo quería enseñarme su castillo… su madre intentaba calmarle, pero él cada vez se ponía más nervioso y entonces… no se cómo pero me ha soltado y se ha tirado por el hueco de la escalera…


   Aquí estoy bien, me gusta el suelo frío, me gusta ver las escaleras, no me gusta que madre llore, no me gusta que Celia esté así. Me gusta la paz que tengo, aunque no haya podido enseñarle mi castillo.
© Historias de Eva, S.L.
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