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miércoles, 11 de abril de 2018

EL CAMINO



No hay violencia peor que la que se disfraza de parentesco o amistad: pequeños gestos, frases sin alzar la voz. Tener una espada en la mano o incluso un arma no te hace peligroso, ni te define como persona propensa a la violencia.

Hay otros tipos de violencia más a mano: las que se escudan en la cercanía, que llegan de tu círculo más próximo: una palabra o un gesto puede herir mucho más profundo que el filo de una espada ropera o la fuerza del impacto de casquillo estriado (véase cualquier serie de tv).

La protección de este tipo de ataques es más fácil, suele darse en circunstancia extremas: ¿quien se enfrenta en estos días a una espada salvo que sea en clases de esgrima por ejemplo? O ¿a la presencia de un arma? (a no ser que seas un malote) …. afortunadamente no estamos en un país donde las armas se compran en cualquier sitio.

 En cambio esas violencia domésticas, esos pequeños terremotos que nos sacuden todos los hemos sufrido. Se da la circunstancia que además suelen ser más visibles cuando la muerte acecha en el entorno familiar. 

De repente volvemos a ser como nuestros antepasados, donde el instinto de supervivencia dictaba sus pasos. Y nos convertimos en personas toscas, carentes de empatía, preparadas únicamente para el ataque: en ocasiones como respuesta defensiva y en otros como respuesta a carencias personales. En cualquier de ambas opciones el atisbo de racionalidad desaparece, la conversación se vuelve insulto, las palabras aumentan de tamaño al subir el tono de la voz y el corazón bombea rápido para seguir el ritmo de la trifulca que acaba de iniciarse. 

No hay nada más deshonesto que no respetar la voluntad de las personas, en concreto las últimas voluntades, cuando se han manifestado en vida por activa y por pasiva y usando las herramientas legales a su alcance. Hacer oídos sordos a una declaración así es irrespetuoso.

No se si es liberador o no saber que tu muerte está próxima, probablemente dependa de cómo amanezcas y de cómo tus recuerdos se muevan en tu cabeza. No se si te da la fuerza necesaria para hacer el tránsito con ejemplaridad  o simplemente igual que has nacido te vas: con dificultad al respirar, los ojos muy abiertos y sorprendido del milagro de vida en toda su extensión.  






martes, 6 de marzo de 2018

DIEZ GRADOS




El olor se hacía insoportable, llevaba horas con la careta puesta. El peto mantenía sus senos apretados, el tórax a cubierto y el sonido del corazón amortiguado. La posición exigía de una concentración continúa y sus pies, algo anárquicos, sólo la lograban después de horas de asalto.


Durante su formación la habían entrenado para ese escenario, le habían explicado cuales debían ser las zonas a evitar y los puntos  que debía proteger. Y por supuesto las líneas de ataque, las que provocaban heridas leves y las otras.

En las manos unos guantes para evitar que el sudor tomase las riendas. Y en la prolongación de su muñeca derecha la espada, para más señas una ropera. Todo estaba listo, el juego de rol comenzaba.


© Historias de Eva, S.L.
Maira Gall