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viernes, 5 de noviembre de 2010

LA SANGRE DE OTRO

   Ese era el título original de la historia que no es más que una recreación de una noticia que leí y me dejo impresionada. Hoy he decidido cambiarla. Ayer vi un cartel de camino al trabajo y hoy he salido del trabajo, con un mosqueo considerable. Hasta ahora nunca había tenido problemas con mis compañeros, hasta ahora nunca había trabajado con un familiar directo de mi jefe y este último factor ha sido determinante para la situación que se ha producido hoy.
No diré nada más. Os dejo el cartel y la historia.



   Sabes que no te sé decir que no, así que haré lo que me pides, pero…-le contestó de la misma forma, a la pregunta, que cuarenta años antes le había hecho.

   Amparo sabe que es un hombre de palabra. Lo demostró viviendo a su lado. Lo que ahora le pedía comparado con el esfuerzo de matar a un hombre joven y sano, era una menudencia. Ella apela al profundo amor que se tienen.

   Beltrán no duerme por las noches, tiene los brazos agarrotados y las manos llenas de sangre ajena; no puede hacer nada con ellos, se los mira asustado, ¡ni siquiera sabe si le pertenecen!, sin embargo son suyos aunque por ellos corra otra sangre.

   Ha cumplido su promesa, ahora podrá decirle que duerma tranquila, que él, su hombre cumplió. Se acabaron los amigos, las partidas de dominó, los chatos con la peña, los encierros de las fiestas. Beltrán se apagará, desaparecerá de la vida pública, solamente hallará consuelo en la luz cegadora que desprende ella.


   Fue así y ahora también. Desde aquel día en que su marido los presentó, recién contratado, para trabajar las tierras del camino, las que están alejadas del pueblo. Convinieron en que podría habitar la casucha- Arréglatelas con ella- le dijo entonces. Sin saber que ese día su vida ya estaba sentenciada a la voluntad de una mujer menuda de ojos negros. Comenzó su vía crucis.

   Arregló la casucha, sintiendo por primera vez el calor de un hogar y comenzaron las miradas furtivas, los vasos de agua con insinuación. Él atento, firme en su posición de jornalero; ella atrevida, arrogante en sus lances, tímida en las distancias cortas, mostrándole las señales… y él no supo decir no. Se dejó hacer, llenarse la cabeza de ideas, el cuerpo de besos y mordiscos, el miembro siempre a punto…y ella poco a poco llenando su espacio, convirtiendo la casucha en una extensión de su propia casa y él mirando con extrañeza, sin atreverse a contrariarla, únicamente con cabeza para pensar en el Alfonso, el otro, su marido –¡el día que se entere, se lía!

   Llegó el día de la promesa. Amparo estaba embarazada- No hay duda, es tu hijo- le dijo, poniéndole las manos en su vientre. Tienes que hacerlo, no hay otra salida.

   Y él sin voluntad, pensando en su único hijo, ese que les abandonaría años más tarde. Él que nunca había tenido nada, se encontraba amando a una mujer que era la esposa de otro, esperando un hijo que siempre arrastraría la vergüenza de sus padres, viviendo en una casa que no era suya y a pesar de todo, deseaba lo ajeno y por eso nubló su mente y usó las manos que le sustentaban…

   Ella se mantuvo al margen. –La familia sospecha, no podré seguir viniendo- dijo la noche anterior a que hundiese sus dedos en el cráneo del otro, del usurpador. Cuarenta años viviendo con la viscosidad de los sesos, cuarenta años al lado de la mujer que tanto ama, sin explicarse todavía el por qué.

   Amparo está segura, quiere que lo haga otra vez, que mate de nuevo. Quiere acabar con su vida, que sean sus manos, las que tanto ha besado, en las que ha buscado refugio, las que ejecuten su deseo. Sabe que nunca ha estado a la altura.

   Las paredes de la casa rezuman miedo, rabia contenida, y ella lo ve, cada vez se hace más presente. No tiene una casa, sólo un lugar donde los recuerdos vagan por el suelo, salen por los espejos y se enganchan al alma.

   Mientras esperó a que Beltrán cumpliese condena, ella murió. La mujer menuda y alegre, la mujer que era fuerte y estaba segura de su amor, se encerró en las casas del camino, trabajó las tierras que habían sido suyas, sacó adelante a sus hijos, sin hacer distinción. Él, mientras tanto, encerrado; contando los días primero, luego abandonado, vencido y quince años después: el encuentro, uno frente a otro, dos desconocidos que se amaron y necesitan seguir haciéndolo, castigados por el peso de la culpa compartida…una soledad que los reunió, en su casa sin vida, habitada por imágenes de una pasión que sintieron, por fantasmas quejosos de honor, unidos por la devoción del sacrificio del otro en un destino difícil.

   Beltrán está cansado de dar excusas. Amparo insiste, no aguanta más, pero no tiene fuerzas para hacerlo, se lo pide un día tras otro, quiere morir en sus manos, que sean ellas las que acaben con su vida- Tienes que hacerlo. No hay salida- le dice, como cuarenta años atrás.

   Procura dejar la casa limpia, a Tomy, el perro fiel, comida suficiente para una semana. Se acuesta a su lado, las pastillas todavía tardarán en hacer efecto. Él, su hombre, de nuevo cumple la promesa.

© Historias de Eva, S.L.
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