El
olor se hacía insoportable, llevaba horas con la careta puesta. El peto mantenía
sus senos apretados, el tórax a cubierto y el sonido del corazón amortiguado. La
posición exigía de una concentración continúa y sus pies, algo anárquicos, sólo
la lograban después de horas de asalto.
Durante
su formación la habían entrenado para ese escenario, le habían explicado cuales
debían ser las zonas a evitar y los puntos
que debía proteger. Y por supuesto las líneas de ataque, las que
provocaban heridas leves y las otras.