Una gota de sangre lo recibió. Tardaron tanto en abrir que pudo observar la delicada campanilla de la entrada, el aldabón de bronce, las begonias exultantes, el felpudo impreso con un "Dios te ama" y la gota.
Sor Concepción abrió lentamente.
-Buenos días nos de Dios.
-Buenas hermana- vengo por la avería.
-Adelante, hijo- le estábamos esperando. Acompáñame. Y disculpe el desorden, estamos con la limpieza semanal.
Una cojera congénita hacía de los pasos de la hermana un espectáculo: un saltito aquí, un arrastre allá, que distraía de su belleza. Juan la seguía buscando un desorden que no existía. Atravesaron una cocina industrial, llena de ollas en acción. En su trayecto, observó un par de gotas de sangre pequeñas, apenas del tamaño de una moneda de un céntimo e imaginó que se habrían cortado al preparar el guiso del día.
Avanzaron por el comedor comunal, donde varias monjas se dedicaban a la limpieza de unas cristaleras inmaculadas.
- ¿Le ocurre algo?- le noto intranquilo- preguntó Sor Concepción.
- No, hermana, no pasa nada, es la novedad. Nunca había estado en un sitio así. Todo me llama la atención-contestó nerviosamente y sus ojos, esta vez se toparon con una gota de sangre del tamaño de dos céntimos en el umbral de la capilla.
Sor Concepción se rió- es algo que nos ocurre con todas las visitas, es normal- Sígame, ya queda menos.
Un largo pasillo les condujo hasta la luz del patio interior; cientos de macetas luchaban por cada metro lineal. Continuaron subiendo por unas escaleras hasta la planta superior, donde se encontraban los aseos. Juan volvió a reparar, esta vez, en una gota de sangre que resbalaba en el último peldaño, de tamaño parecido a las anteriores.
Atravesaron un largo y soleado pasillo, hasta llegar al lugar de la reparación, se trataba de una puesta a punto de todos los bidés de la comunidad. Se sorprendió de la cantidad. Fue revisando uno a uno, dejando para el final el que estaba ocupado.
Cuando salió la hermana que lo ocupaba, entró y de nuevo vio una gran gota de sangre resbalar por el bidé que tenía frente a sí. Juan, ¡de un salto!, se puso de pie, mirando a la gota y a Sor Concepción buscando con esta acción una respuesta.
Sor Concepción intuyendo el asombro le dijo:- Tenemos a Sor Ana con el período y como priora de la congregación que es, es nuestra hembra alfa- le dijo sonriendo con normalidad. Todas hemos sincronizado nuestras reglas, es algo bastante común.
Juan no sabía donde meterse, notaba el rubor que subía intensamente desde la planta de los pies hasta las mejillas. Sus manos buscaban algo que hacer en el maletín de herramientas.
-Espero que no se siente violento o incómodo. Con esta confesión no quiero que se lleve una mala idea de la Congregación de las Hermanas Redentoras de la Sangre- dijo guiñándole el ojo.
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