jueves, 4 de febrero de 2016

MELENAS A GOGÓ



I

Era más fuerte que yo: cada vez que conocía a una muchacha se la presentaba a Rigamonti; y él, regularmente, me la soplaba. ¡Estábamos condenados a entendernos! Así era nuestro trabajo, de nada servía lo que yo opinase de sus procedimientos, lo importante era el resultado y, hasta la fecha, seguíamos siendo los mejores con las pelucas. Recuerdo la entrevista en la que me preguntaron, cómo me inicié en tan peculiar mercado; si tuviera que buscar una razón, probablemente sería la imagen de Gina, (prima tercera por parte de padre), en la playa del Lido, en el verano del 77. No era una gran melena (eso lo sé ahora), fue el efecto de su pelo mojado sobre la espalda y los cientos de riachuelos que la recorrían, lo que me turbó. Aunque esto último, tardé en comprenderlo. Estudié ingeniería, como era de esperar, ya que era primogénito. Me licencié cum laude y ejercí durante diez años. Hasta que la imagen de Gina, mi tropiezo con Rigamonti  y el peso de mi apellido se conjuraron.
  
II
  
Nuestro encuentro fue de impacto. Montibello, andaba siempre mirando al suelo con tanta intensidad, que parecía ser capaz de ver el núcleo mismo de la tierra. Fue en la esquina de la strada Pettine. Se disculpó. Me ayudó a colocar, en mi trasportín, las cajas. Una se abrió y la curiosidad le pudo más que la timidez. Me acribilló a preguntas de toda índole, acerca de su contenido ¿cómo se conseguía el pelo? ¿Con qué se cosía? ¿Qué productos se ponían para que se mantuviese sedoso?. Le tuve que frenar, llegaba tarde a la entrega. Ante su insistencia, quedamos en el café “Il Barber” al día siguiente. Fui contestando pacientemente cada una de sus cuestiones. Menos una.

III

-¿Te lo puedes creer? Te aseguro que todavía estoy en shock. Si es que… no sé ni cómo pasó. Vente a casa y te lo cuento, anda.
-Dame diez minutos- contestaron al otro lado del teléfono.
-A ver si me aclaro, Gina, estabas en el café “Il Barber” con éstas y sentó con vosotras, ¿así, sin más? ¿y qué hiciste?- preguntó la vecina
-Pues lo primero pedirle que se presentara, ¡era tan guapo! y, luego claro, que nos explicara por qué lo había hecho. Pero no nos dio oportunidad. En cuanto le dije mi nombre, empezó a preguntarme sobre el champú que usaba, cómo mantenía mi moreno, cada cuánto me lavaba el pelo… ¿es raro, verdad? Pero no acabó ahí la cosa. No dejaba de dar la tabarra con su amigo Rigamonti. Tanto insistió que accedimos a que viniese.
-¿Y qué pasó, vino el amigo?- seguía preguntando la vecina, cada vez más intrigada.
-¿Que si vino? Lo que vino fue un armario de dos por dos, de ojos pequeños y nariz prominente. Montibello, el guaperas, nos presentó a su amigo.
-¿Y qué pasó, Gina? ¡Cuéntamelo ya!, ¡me va a dar algo!-contestó de nuevo.
-Allí estuvo, sentado como un pasmarote sin decir nada. Se levantó y le sopló la oreja a su amigo. Luego se fueron.
- Entonces…¿tú crees que han podido ser ellos?- 
- Montibello, el guaperas, me pidió el teléfono. Ayer llamó para vernos.  Quedamos de nuevo en el café. Y ¡no recuerdo nada más!¡Nada más!

Gina, empezó a llorar, tocándose la cabeza, por si  aparecía de nuevo su hermosa melena.



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