viernes, 12 de noviembre de 2010

DIEGO ARMANDO MARADONA





- ¿Y tú último deseo?
- Ser Peluuuuuuuuuuuuuuusa.
   Es lo último que recuerdo cuando se deshicieron de mí. Nunca imaginé que mis  congéneres pudieran llegar a tanto.
   Desde chiquito fui travieso, me gustaba jugar demasiado, destacaba sobre el resto de mis compañeros, irguiéndome en el pelo más visible de la melena que formaba mi mundo.
   ¡Si!, soy un pelo, y por definición: “filamento cilíndrico de naturaleza córnea, que nace en la epidermis de la mayor parte de los mamíferos”, pero no un pelo cualquier, tengo visión de futuro, aunque el resto de individuos de mi género no me comprendan.
   Mi mayor deseo desde la infancia, fue ser independiente; destacando siempre en la cabellera recién peinada, poniéndome de punta, para resaltar mi belleza azabache sobre el resto. Soy demasiado hermoso para mezclarme con el populacho y no exhibir mi beldad. Esta soberbia me ha traído muchos quebraderos de cabeza, si se me permite la expresión.
   Tardé en alcanzar la edad madura, el crecimiento de un pelo no es cosa fácil: un centímetro cada veinte días. Una larga vida, que con cuidados estéticos puede verse ampliada.
   Mis amigos de la niñez, los pelos más cercanos; al hablar de nuestro futuro muchos de ellos pensaban en formar parte de largas melenas artificiales en las que serían insertados, como ellos decían “el sumum de la perfección”, otros en cambio, eran tímidos, y hubieran preferido nacer en otra parte del cuerpo, no les gustaba sentir el aire libre en sus cutículas y yo....nuevamente, diferente, soñando con una existencia aventurera en la que conocer otras culturas, otras gentes, visitar otras cabezas.....y la única forma de conseguirlo, ya lo sabía entonces, era ser Pelusa.
   La idea no la tomé a la ligera, pensé en sus pros y contras, encontrando más de los primeros, de este modo transcurrió mi infancia y adolescencia, deseando alcanzar mi madurez peluda para formar parte de un nuevo organismo: la pelusa.
   Mis puntas estaban sanas, mis cutículas se podían flexionar sin quebrarse, era un pelo brillante. Poco a poco iba alcanzando mi madurez, y con ella la cita ineludible de mi destino. Así se lo hacía saber a mis amigos y vecinos, éstos siempre me daban la espalda retorciendo sus raíces, no queriendo saber nada de mí. Los oía cuchichear sin llegar a entender lo que decían. 
   Estaban compinchados, tramando a mis espaldas del modo más burdo, animándome a destacar, sabían que la soberbia era mi talón de Aquiles, urdieron una emboscada, haciendo sentir a la melena que me contenía incomodidad en el poro que me alimentaba...
   Ocurrió tan rápido, que no me dio tiempo a reaccionar. De repente vi una mano acercarse, tanteándome, dejando resbalar sus dedos por mis cutículas, girando de tal modo que me vi atrapado, oía las risas de mis compañeros alrededor, diciendo: -Has picado, has picado...
   El dedo siguió girando sobre si mismo, hasta que fui arrancado sin piedad, precipitándome al vacío, retumbando en mis oídos mis últimas palabras: “ser peluuuuuuuuuuuuuuuusa”.

   La nueva ubicación me desconcertó. Allí, sólo, en el territorio de mis sueños sin saber que hacer…
   - Rápido, ven. La Muerte Súbita está rondando
   - ¿Cómo? ¿Qué?
   -  No pienses, actúa- me dijo la voz.
   Girando sobre mí mismo alcancé el objetivo, me uní a otros pelos. ¡Por fin, lo conseguí! Era una pelusa, o más bien formaba parte.
   Como integrante tuve que renunciar a mi individualidad, asimilando una nueva forma de vida, procurando esconderme del terrible fantasma que podía acabar con mi nueva existencia.
   Enseguida tuve noticias de lo que se conocía como la muerte súbita; se trataba de un largo palo compuesto en su parte más baja, por miles de pelos, sintéticos, de extraordinaria habilidad para introducirse en los rincones, sacarnos a la luz y transportarnos en un recipiente plástico hasta nuestro destino final, la basura.
   La muerte súbita solía salir de patrulla casi a diario y a plena luz, así pues nos movíamos con rapidez durante la noche, buscando el rincón más inaccesible. Nuestro guía era una pelo rubio que  llevaba tiempo burlándola, conocía todas las estrategias necesarias para nuestra movilización y ubicación, tales como la importancia de las corrientes de aire de bajo nivel, producidas como nos explicó por la apertura de puertas, el no llamar la atención, dispersándonos durante el día y reagrupándonos al anochecer, buscándonos unos a otros, de tal modo que al unir nuestro cuerpos junto a las partículas en suspensión consiguiéramos un organismo compacto y de fácil transporte....
   ¡Qué dicha la mía! ¡Que apasionante existencia me había procurado!. ¡Qué plenitud!, ¡Qué felicidad!.... aunque ésta duró poco con “la cosa”. La muerte súbita, era inofensiva a su lado. Ella te llamaba con un ronroneo suave, acompañada de una vibración constante que te indicaba el camino, te envolvía en el aroma floral que despedía y la brisa, esa brisa, que te atraía sin remisión.... los míos y yo, caímos, nos dejamos engatusar por sus encantos, engulléndonos y succionándonos con rapidez. El aspirador acabó con mi vida.


2 comentarios

  1. Gracias anónimo, me lo tomo como un cumplido,porque esa era la idea, reirme de las pelusas de mi casa.

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