-La ciudad ha muerto. ¡Viva el
fútbol! Y seguimos contándoles minuto a minuto el comienzo de esta final de
infarto- escuchó Manuel por los auriculares del móvil.
Rita y él habían quedado en la
puerta del estadio. A Rita, le importaba un carajo el deporte y mucho
menos el fútbol, pero Manuel había sido tan insistente y tan embaucador, que no
pudo resistirse. Además llevaban pocos meses saliendo y hasta ahora, habían
hecho prácticamente lo que ella quería. Pensó que era hora de compensarle. A
pesar de no soportar ir con un hombre, que estaba más pendiente de la radio que
de ella, ¿qué eran noventa minutos en su vida?
Manuel saludó a los amigos. Rita
estaba perpleja. ¡Todos eran iguales! Uniformados, se convertían en
clones unos de otros: camiseta de España, pantalón corto, zapatillas
deportivas, auriculares en la oreja derecha y una incipiente barriga. ¿De dónde
sale esta gente?¿dónde han quedado los trajes y sus deportivos? ¿Y a Manuel,
qué le ha pasado? si parece su padre, aparenta veinte años más. Rita está
arrepentida y no deja de repetir a modo de mantra «noventa minutos, sólo
noventa minutos»
Al otro lado del estadio Miguel
busca una entrada de última hora. Había venido a la ciudad para participar en
un programa de televisión con la
esperanza de encontrar a alguien del pasado.
Hasta el día siguiente, en que
acudía al plató, no tenía mejor plan que el de intentar asistir al partido del
año.
Uno de los amigos clonados de
Manuel dijo que estaría dispuesto a pagar unos diez mil euros por una entrada.
Rita no se lo pensó dos veces y le endosó la suya, mientras hacía carantoñas a
Manuel, diciéndole al oído: cariño, no
te preocupes, disfruta con tus amigos, que luego lo haremos tú y yo, como toca,
en el mejor hotel de la ciudad. Te esperaré por aquí, cielo., total, sólo son
noventa minutos.
Rita escapa de la bola humana que rodea el estadio y se da de bruces con un
bingo. Piensa que es un buen día para probar y entra. Le indican que no es
posible, no hay nadie para jugar, el partido les ha dejado de brazos cruzados.
De nuevo en la calle se dirige a unos grandes almacenes que estaban cerca,
aunque no eran sus preferidos haría el esfuerzo de gastar algo de dinero. ¡Fue
imposible! ¡No vio nada que le gustara! Así que optó por unirse al enemigo,
después de llamar al mejor hotel de la ciudad y reservar la suite, y ver el
resto del partido en un bar cercano.
Todos los bares de la zona están llenos, oía el avance del partido por los
goles que salían a gritos. Eligió uno, avanzó entre testosterona hasta el final
y se dedicó a observar. Una silueta le resultaba vagamente conocida, le hizo
recordar su Cuba adolescente.
Tan ensimismada estaba en sus pensamientos, que no le vio venir, no vio cómo se
abalanzaba hacía ella, diciendo su nombre: Rita, Rita, ¿verdad que eres tú?
¡Qué alegría! Ven, déjame verte. ¡Estás tremenda, mi amol! Un goolllll
interrumpió los abrazos y Rita reaccionó.
-
¿Miguel, eres tú, Miguel? ¡ No puede ser, cuánto tiempo ¡ Pero…
Y entre
goles, le contó que jamás pudo olvidarla, y al enterarse del programa de
televisión que ofrecía segundas oportunidades, no dudó en contar su historia y
encandilar a los productores, que le pagaron el viaje de La Habana a Madrid.
Mañana tenía que reunirse con ellos para la primera entrevista.
Miguel llamó a la redacción y les
contó lo sucedido. Le mandarían un chofer al Ritz, para llevarle a plató. Rita
le hizo prometer que jamás vería el fútbol, mientras estuviesen juntos. No
quería volver a enfrentarse a noventa minutos.
Desde la cama king size del hotel,
no deja repetir: noventa minutos, noventa minutos. Lo que dura un final.
Pobre Manuel.
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