Próxima estación Principio Pío,
correspondencia con líneas seis, diez y Ramal Opera.
Sus neuronas procesaron sin error: «es
la tercera vez que oímos el servicio de megafonía del metro». Una sinapsis más
y añadieron: «llevamos cuarenta y cinco minutos parados en la misma estación.
¡Dioss!»
Ajeno a éstas, Don Gabriel se miraba
las uñas, sorprendido del color azul que habían adquirido. Cuidadosamente se
dedicó a limpiarlas, una a una, con un trozo de papel que enrolló a modo de
bastoncillo, para acceder a todos sus rincones.
Pidió voluntariamente el traslado
desde Plasencia, de eso hace seis meses. No podía soportar más la tensión de
las últimas semanas en la Congregación. Ahora está en una pequeña parroquia de
Carabanchel, Santa María Micaela se llama pertenece a un colegio. Don Gabriel sonríe
de nuevo, los niños siempre le han gustado mucho.
El barrio también le agrada, hay
mucho trajín a diario y eso le distrae. Se incorporó además, como profesor de religión
en el instituto cercano y como son pocos los estudiantes que la eligen, no le quita
demasiado tiempo.
Madrid en ocasiones le agobia:
demasiado grande, demasiada gente, demasiados pecados … y en otras es capaz de
disfrutarla, paseando por el domesticado Manzanares, los jardines del Moro o tomando algo en el
Café de Oriente, donde puede estar horas sentado en sus cómodas butacas y
repasar sus escritos.
El único consuelo que tiene después
de sentir que abandonaba a sus fieles con su marcha tan precipitada, es la
escritura. Ha retomado sus clases. Asiste a un taller y redacta historias de
niños felices.
La rutina de los días se impone y
amortigua su secreto. Los lunes, visita a los enfermos y ancianos; los martes
catequesis; los miércoles, un par de horas de clases de religión y descanso;
los jueves después de orar en la cripta de la Catedral, acude al taller literario; y los viernes,
sábados y domingos con las misas de mañana y tarde, acaba su jornada laboral.
Carabanchel es grande y las distancias entre sus feligreses se hacen largas
para ir a pie. Al acabar el día está tan cansado que sólo puede dormir ¡cómo lo
agradece! El resto de las horas no deja de recordar todo.
Cuando decidió ser cura lo hizo con
la idea romántica de ser pastor y guiar al pueblo dándole a conocer la palabra
de Jesús, al que cariñosamente llama EL JEFE. Lo que no sabía es que EL JEFE se
lo iba a poner tan difícil. Pensaba que el cambio de destino le ayudaría, no
viendo las caras de esos días conseguiría olvidarlas.
¿Por qué tuvo que ofrecerse
voluntario al Obispo aquella mañana? ¿Por qué no se ocupó de dar consuelo a
Doña María como todos los días? ¿Por qué no pidió silencio cuando contaba los
detalles? ¿Por qué tuve que ser él? ¿Por qué tuvo que perdonarle? Cada vez que
lo recuerda, aparece un dolor agudo en la boca del estómago, necesita vomitarlo.
Lleva varios días hablando con EL
JEFE. No consigue acallar su conciencia.
Ha intentado distraerla. No hay manera, no puede. ÉL sólo le ofrece consuelo y perdón, pero no
es suficiente para Don Gabriel.
Hoy ha tenido la última conversación
con EL JEFE. Después de plantearle todas sus dudas y esperar una respuesta que
no llegaba, se ha despedido de ÉL.
Próxima estación Pan Bendito.
Busca en el andén el letrero de la
comisaría. Se dirige a ella para
denunciar a su anterior compañero, que en confesión y abusando del sigilo
sacramental le contó con todo lujo de detalles los abusos, a los que sometió, a
dos niños del grupo de catequesis. En cuanto la firme, ya no será nunca más Don
Gabriel, convencido de que así servirá mejor al JEFE.
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