Los titulares de los periódicos de mayor tirada no podían estar equivocados. Tenía que ser verdad, a pesar de la extrañeza que me causó. Mi móvil no paraba de sonar, querían saber cómo estaba, qué me había parecido la noticia y sobre todo, si era verdad lo que se decía, la bandeja de entrada de mi correo estaba colapsada, la portera de mi edificio me exigía explicaciones y mi chica, mi chica se fue a comprar tabaco...
Con este panorama y ante la evidencia, ¿qué otra cosa podía hacer?¿cómo defenderme de lo publicado?¿cómo gritar a los cuatro vientos que mentían? Con mi destreza habitual, a pesar de estar en horas bajas, pensé con la rapidez habitual, me calzé las medias, me coloqué el pantalón, las botas y la capa, me atusé el pelo con gomina y posé como solo un héroe acusado de invisibilidad podía hacer.
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