jueves, 2 de diciembre de 2010

LOS OTROS

Me gusta mucho esta lámpara, me parece original y divertida. Un ratito en urgencias da para mucho, entre otras cosas para acordarse de la teoría de por qué existen las lámpara de mesilla y de una historia de terror infantil con guasa. Ahí os la dejo.







LOS OTROS.

    Existen. Los he visto.
    Todos les niegan, pero están ahí. Dejaron el campo, nos acompañaron en nuestro abandono de aperos, huertos y animales. ¡A la ciudad!-dijimos. Y vinieron con nuestras maletas, ilusiones y deseos de prosperidad.

     Tuvieron que crecer en la noche, ya no había lugares en sombra; el tungsteno le hace frente, no están seguros, se refugian en armarios, camas, oscuras esquinas...esperando a que las luces duerman. Entonces es su turno, se enredan por las cortinas, corretean por las paredes, juegan al escondite y se alimentan...

     Existen. Los he visto.
     No recuerdo cuando oí la historia, ni quien la contó, sólo sé que forman parte de mí y que por ellos, por los otros, he hipotecado mi vida por una cama. Me he convertido en alguien ajeno que no soy capaz de reconocer.

     Estuvieron presentes en mi infancia, haciéndose fuertes, luego llegó el acné, dominando mis noches con cuerpos de cine y un buen día crecí. Y ellos dejaron de aparecer o al menos yo dejé de mirarlos.
     El temor a la oscuridad fue desplazado: por mis  compañeros de clase, por exámenes que restaban horas a mi vigilia, mujeres que provocaban mi deseo y por último el trabajo, dinero ganado con la única finalidad de la diversión, pero todo tiene un límite y el mío fue una cuenta vivienda.

     Se acababa el plazo y tenía que comprarme casa, la madre Hacienda quería captarme, extendía sus brazos opresivos hacía mí. Busqué con cierto desdén el piso que recibiría todas mis horas de trabajo hasta que cumpliese una edad próxima a la jubilación,  viéndome abocado a la necesidad de amueblar la vivienda que había adquirido con el único fin que hasta entonces podía pensar: los puramente onanistas con o sin compañía.

     Conseguí los muebles suficientes para hacer de aquella fría casa un lugar atractivo a las féminas. Colores cálidos en las paredes, decoración minimalista, no por su diseño sino por su ausencia y el lugar más mimado: mi habitación. Me dejaron una cama sencilla, de 1,35, amplía para dos, estrecha para tres. Su estreno fue todo un acontecimiento, ¡ahí estamos¡ como Dios nos trajo al mundo, probando la consistencia de sus muelles, la dureza del colchón.....Tras la batalla que se desarrolló en el apetecible cuadrilátero, llegó el descanso de los contrarios, cuerpos buscándose en la noche con el único fin de no estar solos.
                                                       
    Y fue en el duermevela, cuando los vi, se asomaban sigilosamente por las rendijas del parqué para aproximarse a mi cama. ¡Menos mal! que las horas de entrenamiento adquiridas en mi juventud sirvieron para que rápidamente replegase mi cuerpo y el de mi compañera nocturna, evitando así una muerte segura. Ellos, los otros, se alimentan de las partes del cuerpo que sobresalen de las camas, por eso y solo por eso, se inventaron las lámparas de mesilla.

     Esa noche mi vida adquirió un nuevo sentido. A toda costa debía conseguir un lugar donde dormir, que fuese lo suficientemente grande para evitar que ellos, me apresaran. No era un cuento infantil, ni una leyenda, estaban en aquella habitación....... ¡Y a saber desde cuando!.

     La única solución posible fue comprar una KingSize, para que mi cuerpo no fuera rebelde y no cayese en la tentación de asomarse más allá de los dos metros cincuenta de colchón que componían mi cama y mi seguro.

     Existen. Los he visto.

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